Soy consciente de que muchos de vosotr@s no compartís la sensación de haber vivido algo histórico la pasada noche del domingo. El haber tenido como resultado un encuentro decidido en el ecuador del tercer cuarto y a Tom Brady por enésima vez como uno de los protagonistas sé que provocó que no pocos aficionados se fueran a la cama antes de tiempo y que no vayan a tener a la Super Bowl 55 entre sus favoritas. Personalmente me encuentro en el polo diametralmente opuesto. Son varias las razones que me hicieron vibrar no solo mientras se estaba disputando el partido, sino que me impidieron conciliar el sueño esa madrugada y que incluso aún cuando escribo estas líneas, casi 48 horas después, me siguen provocando la excitación de haber presenciado algo grandioso. 

En primer lugar los que me conocen saben que una buena exhibición defensiva me pone como una moto. A mi dadme un encuentro bien jugado por ambas defensivas que acabe con un 10-7 por encima de un 45-40 en el que solo existen los ataques. Por supuesto esto, como casi todo en esta vida, es cuestión de gustos y bajo el prisma actual en el que el “happy pass” está a la orden del día entiendo que me veáis como a un bicho raro. Es por ello que la actuación prácticamente inmaculada que perpetraron Todd Bowles y sus jugadores me hizo saltar de inicio a fin. 

Mucho se habló durante la previa que las bajas en la línea ofensiva de Kansas City podían marcar el devenir del encuentro. Dicho y hecho, la presión a Patrick Mahomes fue abrumadora y dos datos ponen de manifiesto el auténtico calvario que sufrió el quarteback de Chiefs. En total recibió 29 presiones, el mayor número de la historia de una Super Bowl y además corrió para un total de 497 yardas antes de realizar un lanzamiento o sufrir un sack, el máximo en cualquiera de los 256 encuentro disputados esta temporada. 

La superioridad mostrada por la defensa de Buccaneers en un aspecto del juego tan determinante como el pass rush fue de tal magnitud que cortocircuitó por completo a un ataque que hasta este domingo parecía imposible de detener. Y lo mejor de todo a favor de Tampa Bay fue que ganaron la batalla presionando únicamente con el front four, sin necesidad de recurrir a los famosos blitz que tan característicos son en las defensas de Bowles. 27 de las 29 presiones, es decir, más de un 93% de ellas, llegaron con frentes de cuatro o menos jugadores. Usando esquemas de presión en los que únicamente aparecían los Barrett, JPP, Suh, Vea o cualquier otro compañero de línea les bastó para asfaltar literalmente a la OL rival. En ningún momento apareció esa sexta marcha de Chiefs de la que tanto se había hablado y Mahomes acabó la noche completamente desquiciado.

No obstante, el buen hacer defensivo no se resume únicamente a la DL sino que se traslada al resto de unidades. La pareja Lavonte David-Devin White puso la guinda del pastel a lo que había sido un temporada regular y unos playoffs de oro. El primero efectuó un trabajo extraordinario en cobertura, encargándose perfectamente de cerrar líneas de pase al primer nivel y superando a Travis Kelce cada vez que pasaba por su zona o que directamente se asignaba con él en cobertura individual. El segundo fue por enésima vez en el año una máquina de placar, de aparecer a la largo y ancho del emparrillado y de provocar big plays defensivos. Ambos nos demostraron una vez más la inteligencia con la que juegan y su capacidad para leer lo que el ataque rival propone en cada snap. Me hace especial ilusión que una posición y unidad tan denostada como la de linebackers haya sido santo y seña de la defensa que ha llevado a su equipo en volandas hacia la consecución del título.

Vayamos un poco más atrás, a la secundaria, esa línea que fue avasallada en el enfrentamiento que tuvo lugar entre ambos equipos en Regular Season. Todd Bowles logró anular por completo el que para mí es el playmaker más determinante de la NFL actual, Tyreek Hill. El menudo receptor no fue factor en ningún momento y ni él ni el resto de compañeros de unidad consiguieron hacer daño en profundo. Gracias a las formaciones en split safety propuestas por el coordinar defensivo de Bucs e incluso a situaciones en la que incluso llegó a situar tres defensive backs en el tercer nivel, encontró el antídoto perfecto contra las habituales bombas a las que nos tiene acostumbrados Mahomes y compañía.  

Esta cirncusntancia de defender con muchos hombres en la parte de atrás se acentuó en situaciones de zona roja o jugadas próximas a la goal line de Tampa Bay, donde el genio defensivo además de sobrepoblar la endzone propia con cornerbacks y safeties, acortó al mínimo posible el espacio entre esta última linea y la de linebackers, permitiendo formar siempre muy de cara a la jugada y viendo en todo momento lo que sucedía en el pocket (o lo que quedaba de este). Con elló no solo impidieron rutas al interior de la zona de anotación (seams, fases…) sino que además inhabilitaron cualquier posibilidad de mesh concepts o rutas cruzadas. En definitiva, un gameplan excelente y una ejecución aún mejor.

Como habéis podido comprobar hasta aquí, este despliegue defensivo fue suficiente para tenerme enganchado hasta el último segundo. De todas formas, al otro lado del ovoide, aquel en el que a Bucs le tocaba atacar, también hay varios aspectos que me hicieron disfrutar y valorar el partido. No creo ni mucho menos que la defensiva de Kansas City jugara mal, tuvo momentos de muy buen nivel, pero al final entre la falta de disciplina en momentos clave y la insistencia del rival, termino por ceder. De todas formas, lo que quiero reivindicar es la labor llevada a cabo por la ofensiva de Tampa Bay.

Yo, que he sido bastante crítico con Arians y su staff a lo largo de la campaña, tengo para mí que el domingo planificaron, desarrollaron y plasmaron sobre el terreno de juego su actuación más completa del año. No se si la mejor, ya que sobretodo en los últimos dos meses han tenido momentos brillantes, pero sí la más completa y total. Fueron eficientes en todas y cada una de las fases del juego: la línea ofensiva dio un nuevo recital en pass protection, los wide receivers no dejaron caer pases, el juego de carrera fue sostenido, los tight ends fueron un gran complemento y el mariscal fue quirúrgico. Esto nos da a entender el nivel de preparación y convencimiento con el que se presentaron al envite.

Aunque para mí lo mejor de todo es que supieron adaptar su forma de jugar a lo que les ofreció el contrario, algo que no habían hecho hasta este día. Ya fuera por el propio Arians, por Byron Lefwich o incluso por el mismísimo Tom Brady, el ADN del ataque estaba muy claro: ser agresivos. Si en algo habían sido constantes era en el hecho de buscar una y otra vez la zona profunda a través de pases largos, sin importar quien tuvieran delante. Frente a Chiefs este hecho cambió, localizaron su debilidad y la explotaron, sin impotar si esta se adaptaba o no a sus preferencias.

Pases cortos, screens, carreras y play action, la receta que mejor funciona contra a una defensa de Kansas City que ha sido realmente oportunista y que si en algo ha destacado es en responder muy bien frente a ofensivas más valientes de la cuenta. He de reconocer que no esperba esta metamorfosis de Buccaneers, no porque no contar con el personal perfecto para ejecutar un gameplan de este tipo, sino porque pensaba que su tozudez les impedía sacar provecho de situaciones evidentes en las que debían jugar de una manera completamente distinta a la deseada. Bravo por todos los involucrados.

Por último y no por ello menos importante, disfrute esta Super Bowl, la cual con el paso del tiempo estoy seguro que será una de las que más recuerde, por el simple hecho de vivir historia. En concreto historia viva, personificada en la figura del grandioso Tom Brady, de quien sino. Me perdonaréis, especialmente los aficionados de Chiefs, pero una victoria del conjunto de Misuri podría ser cualquier cosa menos histórica. Incluso por más emocionante y dramático que hubiera sido el encuentro, la narrativa no me parecía gran cosa. En cambio, un triunfo de Bucs significaba el cierre perfecto a una historia que bien podía estar sacada de los mismísimos estudios de Hollywood. 

Brady ganando una vez más, con sus 43 primaveras a la espalda (esto lo comentamos como si nada pero llega a asustar), en su primer año fuera de Foxboro después de 20 temporadas, sin el abrigo de Belichick, entrando en un ataque complemente distinto, que se suponía que no se adaptaba a sus fortalezas (las malas lenguas nos contaron que no tenía brazo), sin pretemporada ni preparación, con una pandemia de por medio, jugando para el equipo que por primera vez en la historia albergaría la Super Bowl en su estadio, llegando a esta desde la ronda de Wild Card, habiéndose enfrentado a dos QBs que le acompañarán en el Hall of Fame (Brees y Rodgers), a un tercero llamado a ser su sucesor y para redondear alcanzando su séptimo anillo. Sí, siete, uno más que el mito Michael Jordan. Este número no es baladí. De hecho este número lo significa todo.

Me diréis que no fue el mejor del partido, que ni siquiera ha sido el mejor de su equipo a lo largo de la temporada. Perfecto, no tengo nada que decir al respecto. Es más, comparto esta opinión. Pero dejadme que os diga que sin Tom Brady no habrían ganado. Es más, no habrían llegado a la Super Bowl y permitidme dudar si habrían tan siquiera clasificado a playoffs. No tengo pruebas pero tampoco dudas. Brady, más allá de lo que haya podido aportar en el campo, lo cual ha sido mucho y bueno, ha impregnado a toda la franquicia con un gen ganador que jamás había olido en sus 45 años de historia, incuyendo ese gran equipo al que dio forma el fabuloso Tony Dungy y redondeó el pintoresco Jon Gruden en 2002 con el que hasta este domingo era el único anillo en Tampa.

Brady además no solo ejerció de jugador, líder, compañero, en algunos momentos entrenador e incluso guía espiritual, sino que también ejerció de General Manager. Porque sin él no habrían jugado este 2020 en Bucs ni Rob Gronkowski ni Antonio Brown y muy posiblemente tampoco Leo Fournette. Es decir, los tres jugadores encargados de anotar los cuatro touchdowns de la Super Bowl. Si Tom me dice ven, lo dejo todo.

Brady está por encima del bien y del mal. Está por encima de lanzar un pase imposible, de anotar seis touchdowns en un domingo cualquiera, de una remontada o de un encuentro sentenciado en el descanso. Está por encima de cualquier estadística, sea anticuada o analítica. Está por encima de ganar la división, un MVP, entrar en el equipo All Pro o lograr un récord imposible. Está y estaba por encima de todo esto y mucho más. Ahora también está por encima de cualquier equipo de la NFL. Siete veces distintas que le hemos visto alzar al aire el Vince Lombardi Trophy. Más que cualquier franquicia en esta nuestra tan amada competición.

Sé que muchos le odiáis. Lo entiendo, hasta no hace mucho yo también era de los vuestros. Uno de los motivos por lo que una leyenda es eso, una leyenda, es por ser odiado por mucha gente. En concreto por todos aquellos a los que vence una y otra vez. Sin piedad. Os aconsejo que dejéis ese odio a un lado y que intentéis apreciar lo que significa estar viendo con vuestros propios ojos al mejor jugador de fútbol americano que jamás haya habido. Incluso, y bajo mi humilde punto de vista, el mayor deportista de todos los tiempos, al menos de los deportes de equipo. Desde que yo lo conseguí os puedo asegurar que cada partido que veo jugar a Brady lo consdiero como un regalo. EL REGALO DEL FOOTBALL.

Por Stéfano Prieto

@Stefano_USA

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