Aún es pronto y sigue siendo duro, pero el año de Minnesota Golden Gophers es algo que recordaremos toda la vida.

Normalmente tras una derrota llegan las vendas, las tiritas y la sensación de que bueno, fue divertido. Curiosamente, nada de esto ha pasado en Minnesota y entre sus aficionados. La derrota con Iowa fue un golpe seco, que te deja sin aire pero del cual pareces poder recuperarte. La carnicería que perpretaron los Badgers fueron 3 horas donde tanto en las gradas como en las casas los aficionados de Minnesota iban viendo como todo se desmoronaba. Como en la clásica película de drama bélico, todo iba desapareciendo a medida que pasaban los minutos y que se veía que Minnesota no se acercaba siquiera a dañar a los chicos de Wisconsin.

Sin cerdo y sin hacha (los dos trofeos por los que competimos con nuestros rivales), como aficionado aún estoy dolido. Han pasado dos semanas y durante los 3 días siguientes a la derrota me negué a ver deporte más allá de lo estrictamente necesario para poder participar en los podcast donde colaboro. Verdaderamente sentía que no tenía ganas de emocionarme. Habíamos hecho la temporada de nuestras vidas, teníamos una oportunidad de oro y la tiramos. Sencillamente acabábamos de dilapidar la única opción en 60 años de poder pelear por la NCAA o al menos de jugar la final de conferencia. Alguno dirá en este punto que Ohio State nos hubiese aplastado y es cierto, pero al menos habríamos ganado la división y pelearíamos por una conferencia importante. Sin embargo, nos quedamos fuera del baile contra nuestro mayor rival y en la última noche.

No, no sirve el pero es el mejor año.

Tanner Morgan se prepara para lanzar en la histórica victoria frente a Penn State

Evidentemente, también estará el aficionado opuesto. El que diga que es cierto que Minnesota cayó pero que lo que peleó y lo que nos hizo soñar bien vale la pena. Y ya veremos en el futuro, pero no sirve hoy, ni servirá dentro de quince días, ni servirá el 1 de enero cuando juguemos contra Auburn una Bowl que ni siquiera soñábamos a principio de año. Porque precisamente ese es el problema, que era todo un sueño, con su historia ideal. Eramos el maldito cuento de hadas, el equipo jamaicano de bobsleigh en los Juegos Olímpicos, la historia del año. Eramos prácticamente héroes. Y de repente, llegan tus rivales, los superiores, los que reclutan mejor, los que son mejores, los que supuestamente deben aplastarte… Y lo hacen.

Después de haber arrancado de una forma horrenda los cuatro primeros partidos es complicado de explicar. Eran partidos que no se podían perder ante rivales muy inferiores y aún así hubiesen sentido mejor que estas dos derrotas. Esto se entiende con el día de Penn State, todos de repente sentimos que eramos nosotros los buenos de la novela. Y no hay nada más duro que sentir que eres el elegido por los dioses (en este caso del deporte) y descubrir que solo era que Penn State no era tan difícil. Creo que esto es lo que más está afectando a la afición. Todos sobrevaloramos las capacidades de un equipo cuya defensa es relativamente decente y el ataque funciona gracias a playmakers, no a un sistema invencible.

Cuando los playmakers fallan (y eso puede pasar), adiós al partido como ocurrió en Iowa. Pero aún así, los comentarios contra Fleck y contra los chicos son absurdos. Sí, el sueño se ha convertido en una realidad gris, anodina y triste, pero ha sido un sueño precioso. Y seamos sinceros, por mucho que mis primeras líneas sean aún de rabia, la realidad es la que es. Esto no es Disney y aquí no hay finales preciosos donde todos comen perdices. Aquí, como diría el legendario Paul Allen, This is not Detroit, this is the Superbowl. Pues igual que Favre no podía lanzar ese pase frente a los Saints, Gophers no podía permitirse un día medio malo frente a un oponente como los Badgers.

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Otro de esos días donde los aficionados de Minnesota se partieron el corazón

Y con todo, gracias.

El año pasado en una Bowl mediocre, este año en una Bowl del Top 25.

Y gracias de corazón porque durante tres meses nos habéis dado la mayor alegría de nuestras vidas como aficionados a la NCAA. Ser aficionado a los Gophers es un poco como ver Rush y creer que Lauda tendría que haber ganado el Mundial de F1 de 1976. Puede que tengas razón y todo el mundo te tendrá cierta simpatía, pero la gente al final se queda, en su mayoría con el carismático Hunt. Y tiene sentido. De más de 120 universidades, ¿qué te lleva a elegir Minnesota?. Algunos elegirán equipos por ser ganadores, y ahí los Alabama, LSU, Ohio State o Michigan arrasan. Otros, por cariño hacía los equipos regionales y otros porque tienen amigos de allí, han hecho un intercambio con la universidad o simplemente han pasado un día en la ciudad.

Pero incluso con estas explicaciones se me hace complicado entender los motivos por los que alguien se hace de Gophers (incluido yo mismo). Al menos los Vikings tienen una historia de perdedores… Pero una historia importante. Minnesota es una nota a pie de página en los últimos 50 años de historia universitaria. El amigo del que nadie se acuerda, el chico (o la chica) que está en un grupo y no destaca por absolutamente nada. No hemos sido candidatos a nada, no hemos tenido una gran rivalidad y solo hemos hecho titulares por escándalos que poco o nada tenían que ver con lo que pasaban en el emparrillado. Eramos una persona media, con un trabajo medio, una familia media y un dinero medio. Ni despertábamos pena por ser malos ni eramos suficientemente buenos para ser interesantes.

Pero este año, con sus subidas y su tremenda bofetada final, nos ha puesto en el mapa. Sí, a lo mejor no somos tan perfectos como nos creímos por una semana, pero sí que eramos alguien a cubrir. Sí eramos un lugar al que llevar el GameDay. Sí eramos un equipo divertido de ver. Sí eramos algo distinto a lo que se lleva viendo por los siglos de los siglos en un estado frío. Eramos (junto a Baylor posiblemente) el equipo que desafiaba la lógica y quería hacerse grande. Y al contrario que UCF, no era la sensación de estar infravalorados, era la sensación de que debíamos creérnoslo más y que debíamos mostrar con orgullo el maroon y el gold que caracterizan nuestro uniforme. Es la respuesta de alguien que nunca había destacado. Aunque no lo parezca, sí que es divertido ser nosotros.

Y el futuro nos da igual

Nuestra casa seguirá siendo la misma, ganemos, perdamos o juguemos en otra conferencia.

Y ahora no voy a ponerme sentimental y decir que Minnesota va a ganar el año que viene la NCAA o que no va a volver a tener una oportunidad así. Sinceramente no lo sé y tampoco quiero saberlo porque eso es lo maravilloso de ser aficionado de los Golden Gophers. El año que viene a lo mejor en estas fechas estoy mirando como ver la GoDaddy Bowl o ni siquiera estamos en una Bowl y posiblemente dará lo mismo. Porque en ese momento oscuro, la nostalgia hará que recuerde el partido de Auburn del próximo 1 de enero como algo maravilloso ganemos o perdamos. Y si todo va bien, este año seguirá estando dentro del imaginario como el inicio de algo maravilloso.

Pero lo importante es que este año ha conseguido que los Gophers me despierten esa emoción que todos sentimos alguna vez en el deporte. Esa sensación de dolor por la derrota, el cual sigue, y de orgullo a la vez. Pero no orgullo por perder o por molar mucho y muy fuerte, si no porque al menos durante unas semanas, soñamos con un milagro a la norteña. Gente como Johnson, Winfield y Coughlin posiblemente pasen a la NFL y sigan con sus carreras como jugadores profesionales. Muchos otros, dejarán de jugar pero tendrán siempre una hamburguesa gratis en algún bar de Minnesota por haber estado presentes en este equipo. Pero al final, todos formarán parte de la mejor plantilla de los Gophers en cincuenta años (y se dice pronto).

En cuatro meses, tocará hablar de formaciones, de cambios, de reclutamientos y de sistemas. Incluso dentro de dos semanas tocará hablar de ello cuando veamos el enfrentamiento frente a Auburn. Pero ahora, es el momento de pararnos un momento y agradecer a la plantilla y al cuerpo técnico y pensar en este preciso instante. En un mes, todo será teñido por la nostalgia y por la sensación de una oportunidad pérdida. Pero de momento, este año es el 2019 en el que unos castores dorados (perdón por la traducción literal) hicieron que todos sintiésemos algo de simpatía por ellos. Y ahora, que gané el mejor los maravillosos playoff de la CFB, en los cuales, por un corto periodo de tiempo, soñamos con estar.

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