Si hay algo que realmente empaña la estructura del deporte norteamericano, el cual se encuentra a años luz organizativamente de cualquier otra competición deportiva, es el llamado tanking. La búsqueda imperiosa y despreocupada de la derrota por un equipo que no se juega nada competitivamente, salvo su honor, con el objetivo de conseguir la mejor de las posiciones de cara a un eventual draft donde se seleccionarán las futuras estrellas del deporte. Sin lugar a dudas, esta tendencia tiene su mayor exponente en la NBA (hola Philadelphia 76ers) pero nuestra querida NFL cada vez se encuentra más en entredicho respecto a esta práctica.

Durante la pasada off-season hemos leído y escuchado en numerosas ocasiones que varias franquicias habían tirado la temporada incluso antes de que esta diera comienzo. Tal afirmación no puede ser más errónea y hay que saber muy poquito de esta competición si pensamos que esto está ocurriendo. Incluso puedo comprar la idea de que a final de Regular Season, en un partido muy concreto, haya algún equipo al que le interese perder sabiendo que está en juego su futuro ante la posibilidad de draftear un QB franquicia de esos que pocas veces se ven, véase el Jags-Colts de hace varios años con Andew Luck en juego. Esta reflexión por supuesto es imposible fundamentar y no deja de estar cogida con pinzas. Y sino, ¿cómo se explica que la temporada pasada, unos Browns completamente sin rumbo y con un récord de 0-14 ganaran el penúltimo partido y lucharan contra los todopoderosos Steelers en la última jornada llegando hasta la prórroga, poniendo así en juego ese valioso pick 1 que les había acompañado desde el inicio de la campaña?

Zay Jones en el drop decisivo de la week 1, vía New York Upstate

Jugadores y entrenadores se juegan demasiado en cada partido, en cada snap, como para pensar que se van a dejar perder. La NFL devora personajes sin piedad, no entiende de estrellas, el pasado es pasado e incluso la persona, el individuo, no importa. Todo aquel que viva de esta competición sabe que está bajo lupa, nadie tiene el trabajo asegurado para un futuro próximo y cada domingo es una entrevista de trabajo nueva, y amigos, la NFL no perdona.

Y no perdona a nadie, incluido los general managers, así que tampoco me vale el pensamiento de que son las propias gerencias, las que de una forma indirecta, perjudican a su propio equipo confeccionando pobres plantillas para perder. Hay tantas y tantas cosas que se nos escapan y que no sabemos acerca de qué es lo que se cuece realmente dentro de un vestuario que no podemos pensar que un GM hace mal su trabajo adrede con el objetivo de evitar la victoria.

En el último receso de la liga las críticas se cebaron con los New York Jets y los Buffalo Bills, ambos encuadrados en una AFC Este con un claro dueño desde hace más de una década y con el favorito para repetir título en 2017, los New England Patriots. No voy a tratar de convenceros de que ambas franquicias son el ejemplo del buen hacer, porque no es así, llevan equivocándose una y otra vez desde hace mucho tiempo, pero de ahí a que planifiquen toda una temporada con el ecuánime fin de conseguir el mayor número de derrotas posibles me parece que hay un largo trecho.

Centrémonos en los Bills. La franquicia de Orchard Park estrenaba este año entrenador y gerencia, y lo que ha quedado claro desde que aterrizaron es que quieren romper con cualquier régimen anterior. Han hecho una limpia casi completa con un plan diseñado al milímetro. Buffalo tenía las mismas aspiraciones a principios de agosto y a principios de septiembre, después de desprenderse de Sammy Watkins y Ron Darby. La pérdida de estos dos jugadores parece que para muchos significó pasar de luchar por la Superbowl a arrastrarse por la liga. Para mí no cambió un ápice el cómo se les planteaba la temporada, es más, ambos me parecieron cambios brillantes como ya expliqué en su día en otro artículo.

Robby Anderson celebrando, vía New York Jets

En cuanto a los Jets, todos estaremos de acuerdo en que tienen uno de los rosters más flojos de la liga. ¿Pero de verdad os pensáis que Todd Bowles no iba a luchar por conservar un puesto que ya estaba en el desfiladero?, ¿o qué los jugadores no iban a tratar de garantizarse su futuro? La línea que han seguido los Jets es muy sencilla también, desprenderse de prácticamente todo aquel jugador veterano que consumía un importante dinero contra el salary cap y rejuvenecer una plantilla que está en reconstrucción. De hecho el último movimiento con el que el conjunto de Nueva York envío a Sheldon Richardson a Seattle me pareció un win-win y no un atraco de los Seahawks como también muchos se adelantaron a confirmar, incluso llegando a decir del movimiento que era una adulteración de la liga. Por favor, los Jets dejaron marchar a un jugador que llevaba más de un año en venta y a cambió consiguieron reforzar la unidad más débil del equipo con Jermaine Kearse (receptor) y hacerse con una segunda ronda del draft de 2018.

Estos son dos ejemplos de que las gerencias saben mucho más que nosotros, no podemos tirarnos a la piscina juzgando a un gerente de querer hacer algo tan grave como es el tanking sin pararnos tan solo un instante y reflexionar acerca de todos los entresijos de cada movimiento. Por suerte, en apenas cuatro jornadas tanto Jets como Bills han callado todo tipo de bocas. Los primeros han conseguido dos merecidísimas victorias (ya son dos más de las que la mayoría esperaba) y los segundos lideran con un 3-1 esa AFC Este que hace apenas un mes iba a ser un paseo para los Patriots. Es más, estaríamos hablando de un inmaculado 4-0 de no ser por un drop clamoroso de Zay Jones en la week 1. Gracias a ambos equipos por recordarnos una vez más que el tanking y la NFL son dos conceptos que jamás vivirán en sintonía.

Por Stéfano Prieto

@Stefano_USA

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