Por Rafael Catanovski.

Hace unos días me llamó mucho la atención una carta que Robert Kraft dirigió a sus abonados, no por el contenido de la carta en sí, sino por el uso que en ella hace del lenguaje. En concreto, me resultó muy llamativa su expresión de intentar “presentar un producto mejorado” en 2023. No habla de “subir la exigencia deportiva”, “ser más competitivos”, “construir un equipo de mayor calidad” u otra manida expresión usada por las direcciones deportivas. Habla específicamente de “producto”. Se podría estar refiriendo tanto a un equipo de Football como a una serie de televisión. A nuestra sensibilidad como aficionados al deporte europeo y su intrínseca epicidad, la expresión nos resulta cuanto menos chocante.

Haciendo una búsqueda rápida en Internet podréis encontrar cientos de declaraciones de CEOs de Disney, HBO, Netflix… apostando por generar un “mejor producto”. Con sus palabras, Kraft nos muestra que la NFL acoge un deporte, pero es también una industria consolidada del entretenimiento. El factor diferenciador es que, al contrario que otras industrias millonarias, la NFL coexiste semanalmente con la agresión, la violencia y el daño entre sus propios empleados.

Las lesiones siempre han sido parte esencial del juego. No me canso de repetir que son el principal factor igualador de la competición. Como espectadores hemos aprendido a asumir con naturalidad las entradas y salidas constantes de jugadores, pero hace dos semanas sucede lo de Damar Hamlin y algo parece haber cambiado definitivamente. Es cierto que se trata de una lesión fortuita, un golpe casual, similar a cientos que vemos a lo largo del año; pero que haya sido justamente un golpe fortuito, casual y frecuente es también la demostración del entorno de riesgo en el que se ha convertido la NFL. Estamos hablando de un deporte en el que te expones en todas y cada una de las jugadas.

Damar Hamlin, Buffalo Bills (AP Photo)

Aquí tengo que pararme a reflexionar sobre el jugador moderno y su evolución, y en cómo se ha convertido en una de las claves del problema. Para centrar el debate, os pondré un ejemplo.

En la Combine de 2022, el futuro pick #1 del draft 2022, el Defensive End Travon Walker de los Jacksonville Jaguars (6’5 y 272 libras; 1,66 mt de estatura y 123 kgs de peso) corrió las 40 yardas en 4,51 segundos; saltó 123 pulgadas (3,12 metros) en el salto horizontal; 35,5 (90 centímetros) en el salto vertical y corrió los 3 conos en 6,89 segundos. El ex jugador de la Universidad de Georgia finalizó su participación completando el shuttle (test de ida y vuelta corriendo) de 20 yardas en 4,32 segundos.

Si cogemos los datos de los mejores resultados globales de la posición de DE (defensive end) en la Combine de 1987 (un año antes de que salte el escándalo de Ben Johnson en Seúl y haya un mínimo control del uso de los esteroides anabolizantes en el deporte):

  • 40 yardas: 4,76 segundos
  • Salto Vertical: 30,5 pulgadas (77,5 centímetros)
  • Salto Horizontal: 115 pulgadas (2,92 metros)

¿Otro planeta, no? Pero si lo comparamos con los RBs de la misma promoción, a los que saca alrededor de 30 kilos de diferencia, Travon Walker sería:

  • 40 yardas: #3/23 (detrás de Kenneth Flowers y Kerry Porter)
  • Salto Vertical: #1/23 Salto Horizontal: #1/23

O incluso más absurdo todavía, Jordan Davis con 6’6 y 341 libras sería cuarto en el Salto Vertical, primero en el Salto Horizontal y supera en las 40 yardas a dos RBs de la promoción. Estamos hablando que hace todo esto con aproximadamente 60 kilos más de peso…

Cada nueva camada de jugadores que entra actualmente en la liga es absurdamente más grande, más rápida y más potente. Cuando tenemos a Defensive Tackles de 2 metros y 155 kilos moviéndose por el campo como RBs, tendríamos que dejar de hablar ya de golpes comunes. Mal que nos pese, no existen ya los golpes rutinarios en la NFL. Estamos viendo a gente moviendo una masa con una aceleración nunca vista y si sumamos que no hay mayor arma en el football que las propias protecciones, podemos tener una dimensión aproximada del nivel de violencia que se genera en cada jugada.

Los revisionistas nostálgicos del Football nos rompen la cabeza todos los días con el argumento de que el deporte “se ha vuelto blando”, que “ya no es lo que era”, que se sobreprotege a los jugadores… cuando el entorno NFL nunca ha sido más peligroso. En 2014 se pusieron en Injury Reserve a 136 jugadores, en 2022 ya vamos por los 381. En 2022, las conmociones aumentaron un 18% con relación a la temporada anterior. No atajar de raíz el problema, no sólo supone exponer a tus trabajadores, sino también empobrecer gravemente la calidad del producto.

Hilo de Kevin Seifert sobre las estadísticas de conmociones en la NFL

No tengo dudas que la mayor amenaza para la continuidad de la NFL como liga deportiva hegemónica en EEUU viene determinada por los efectos colaterales de las lesiones deportivas. Los efectos de las conmociones, las lesiones espinales, el uso de opioides en la recuperación, la salud mental del jugador tras su retirada… serán el centro del debate. Es una bola de nieve que año a año va ganando inercia. La NFL lleva años modificando su reglamentación para atajar el problema y cada vez es, con razón, menos permisiva. La evolución del jugador moderno nos ha llevado a la paradoja de que en el momento histórico en que más se protege normativamente a los QBs, más se lesionan. ¿Alguien podría imaginar cómo sería la liga si siguiese existiendo la permisividad de hace 30 años? Estaríamos muy próximos a cruzar la barrera de la lesión deportiva al golpe decisivo, luctuoso. Y eso es algo que la NFL no se puede permitir.

Situaciones como las que hemos vivido este año con Tua o Hamlin nos tienen que hacer ver que el Football futuro a nivel de normativa, protecciones y recuperación no se parecerá en nada al Football actual. No sé si los aficionados somos conscientes de lo cerca que estamos del acontecimiento que lo trastoque todo. ¿Estamos preparados para ese cambio que se antoja inevitable? ¿Está la NFL siendo lo suficientemente proactiva protegiendo su “producto”?

Cada vez es más obvio que vamos en la dirección de eliminar totalmente la cabeza del juego, de incorporar tiempos de recuperación mucho más amplios en el tratamiento de las conmociones y en la ampliación del concepto de “defenseless player”. Como espectadores son decisiones que tendríamos que empezar a aceptar e, incluso, exigir.

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